domingo, 29 de junio de 2014

El hombrecito del azulejo

El breve relato donde la muerte se hace presente en el patio de una casa de familia es algo normal. Pero lo que no es normal, es que la presencia de un ser azul, real o no, como la muerte; se haga presente justo en el momento en que ésta va a cumplir su función.
 Así es como Mujica Láinez quiere presentar su cuento, supongo, ya que lo que plantea es algo que, estoy segura, todo el mundo quisiera experimentar. Desafiar a la muerte, y ganarle.
Daniel es un niño de edad desconocida. El único dato que tenemos es que todavía juega en el patio con su gata, el hombrecito del azulejo, y su imaginación. Así que podemos acertar con cierta eficacia que lleva consigo los mejores años de su vida, la niñez. La niñez, donde nada te preocupa, nada te molesta, nada se pone en tu camino para estorbar tus sueños. O a lo mejor si. Daniel está enfermo, y la muerte lo vino a buscar.
Sin dudas este cuento, ante la presencia de un azulejo azul que sale de su lugar para desafiar a la muerte, es un relato fantástico. Tal como afrma Cortázar en un ensayo, lo fantástico en Buenos Aires es normal, como así también es normal la presencia de la muerte en una casa de familia. “Tampoco yo puedo explicar por qué los rioplatenses hemos dado tantos autores y lectores de literatura fantástica”, afirma Cortázar. Porque claro, para cada autor, hay un lector. O miles de lectores.
Pero haciendo foco en el asunto, yo me quedo con que un azulejo de color azul, por amor, por afinidad, por fascinación, se haya presentado ante la muerte, a esa que todo el mundo teme; quitándole horas de vida (o muerte), para que no se lleve a su querido amigo Daniel.
El hecho de que un amigo haya dado la vida por otro, siendo sólo un azulejo, es decir; alguien tan débil, tan frágil; enfrentandose ni más ni menos que a la muerte para salvar la vida de Daniel, un niño débil y frágil como él; y que el hombrecito del azulejo haya ganado esa “batalla” entre la vida y la muerte... es algo fantástico. Y no, no por el hecho de que sea un cuento fantástico. Es fantástico porque es admirable, es estupendo, es amistad, es amor, es valentía, es coraje. Es algo que muy pocas personas serían capaz de hacer, y lo hizo un hombrecito de azulejo, que más de uno de ustedes me va a cuestionar su existencia.
Claro que nadie sabe que pasó con Daniel cuando descubrió que su amigo estaba muerto. O quizás si. Pero yo, sea un personaje real o no, sea producto de la imaginación de Daniel, sea simplente un azulejo o sea realmente un hombrecito dibujado en la pared que salió de su escondite a desafiar a la muerte, me quedo con que él dio la vida por su amigo. Poco importa si fue real o no. A ustedes, ¿les importa?.

lunes, 23 de junio de 2014

Tomás

El otro día iba en el colectivo escuchando música, tranquila, pensando en nada. Estaba sentada en el fondo, en uno de los últimos asientos junto a la ventanilla. Me senté ahí porque los lugares de a uno estaban ocupados, y antes de compartir el asiento con otra persona, decidí irme al fondo, sola. Déjenme tranquila, pensé.
Me gusta mucho esto de viajar en bondi, ponerme los auriculares y olvidarme de todo por un rato. Es casi como dormir. Es más, a veces duermo. Y me olvido de que me subí al colectivo con la intención, quizás, de olvidarme de todo. Pero ese no es el punto. Porque está bueno desconectarse de la realidad un poco, pero no lo es si ese poco dura mucho. Entonces, dejé de mirar por la ventanilla y observé a mi alrededor. A mi izquierda, un hombre leyendo el diario. Tenía lentes, y de vez en cuando los empujaba con el dedo para que no se le cayeran. En diagonal, una chica leyendo un apunte de la facultad, con una cara de fastidio más que de concentración. Adelante mío estaba la puerta, pero no obstante, se podían ver los asientos que le seguían a esta. Lo que vi (no es que me llamó la atención, sino que era la única persona que me miraba, sabiendo que el resto me daba la espalda) fue un nene que miraba por la ventanilla, me miraba a mi, se reía, miraba a su mama, se sentaba, volvía a ponerse de rodillas y me miraba de nuevo. 
“¡Tomás! ¡Quedate quieto, ¡¿querés?!”. El nene, que al parecer se llamaba Tomás, hizo oídos sordos, y siguió arrodillado, mirando para atrás, sonriente, inocente, como cualquier criatura. Al darme cuenta que nada importante pasaba, volví a ponerme los auriculares, a sumergirme en el vidrio, en el color gris del cielo, en los árboles sin hojas, en la simpleza y tristeza del otoño en Buenos Aires. 
Esta monotonía de colores fue interrumpida. De repente, una frenada. Un auto se había interpuesto en el camino del colectivo, y el colectivero, ante el impulso, apretó de lleno el freno, provocando que a mi se me salieran los auriculares, al señor del al lado se le cayeran los anteojos, a la chica su apunte, y a la mamá, Tomás.
 Él estalló en llanto, no solo por el susto, sino también por el golpe en la cabeza que se había dado. Sin embargo, mamá decidió pegarle una cachetada, haciendo ahora ella oídos sordos a los gritos de susto de su hijo, en... ¿venganza?. “¡Te dije que te quedaras quieto, que te sentaras bien! ¡Si me hicieras caso esto no hubiera pasado, pendejo de mierda!”. Esas, exactas, fueron sus palabras. Agarró a Tomás del brazo, tocó el timbre, y se bajó en Avellaneda. Volví a mirar por la ventanilla para ver que pasaba con Tomi y su mamá, para ver si se revertía la situación, para ver si recibía una caricia en vez de una cachetada. Por el contrario, mamá seguía enojada, con la mirada hacia adelante, y atrás, llorando y con la mano en la cabeza, Tomi, que no lloraba de capricho. Lloraba de dolor, de susto. No solo por la frenada, sino que esta vez, por lo que le había hecho su madre.
Ahí paré de pensar en nada. No voy a analizar mucho la situación porque no conozco ni a Tomi, ni a su mamá. Pero qué injusta que había sido. Con su hijo, su propio hijo, esa parte de ella que seguramente es la más importante. Con ese nene que solamente estaba aburrido y buscaba la forma de divertirse. Alegre, inocente, débil. Ante un reto, ante una frenada, ante un golpe, ante dos golpes, o tres... débil. Y que injusta había sido ella, ¿no?. Porque entiendo que quizás haya tenido un mal día, se notaba. Pero, pregunto (para mi, claro. La mamá de Tomi no me lo va a responder nunca), ¿Hasta que cierto punto la culpa era de su hijo? Es decir, ¿Tenía culpa alguna?. No creo. ¿Qué culpa puede tener un nene de, como mucho, cuatro años?. 
Mamá se la agarró con Tomi porque quizás no tenía la fuerza suficiente para hacerle saber a papá que estaba haciendo las cosas mal. Pero para pegarle a Tomi la fuerza le sobraba, porque Tomi tenía 4 años y pesaba 25 kilos. 
Mamá tenía un mal día porque la despidieron del trabajo, pero como no pudo sacarse la bronca con su jefa, lo retó a Tomi. 
Mamá se asustó porque el colectivo frenó de golpe, y vez de insultar al colectivero, insultó a Tomi. 
Mamá estaba equivocada, todos lo sabemos. Como todos, alguna vez en la vida, nos la agarramos con el más débil, haciéndolo sentir mal, inútil. Pero después, con la mente en frío, nos damos cuenta que esa persona “débil”, es la única persona en el mundo que tiene la gran fuerza de hacerte sentir único. La única persona en el mundo que puede llegar a hacerte sonreír, hacerte sentir que no todo está perdido, que se puede seguir a pesar de todo. Y nosotros, que somos así de ciegos, de imbéciles, de hipócritas, hacemos sentir débil a alguien que lo aparenta y no lo es. Porque es iluso y hasta incluso mediocre, el pensar en que esa personita es débil. Porque yo, no veo nada de débil en alguien que tiene la fuerza capaz de hacerte mirar para adelante, agarrarte la mano y no soltarla jamás, y decirte cada día de tu vida “acá estoy. Y acá voy a estar siempre”. Y qué injustos somos, ¿no?

martes, 6 de mayo de 2014

Simpleza

Tiraron un colchón al piso. No era su costumbre sino tirar dos colchones de una plaza y dormir separados, como también empujarse entre sueños por la incomodidad que generaba dormir en un sólo colchón, de una plaza, a media noche. Aunque ellos en el fondo sabían que esa incomodidad valía la pena, porque por lo menos dormían abrazados, con sus bocas casi pegadas y acariciando sus espaldas. Pero esa noche fue distinta. El colchón que cayó al suelo no era de una plaza. Esta vez era un conjunto de resortes repartido en dos. Dos plazas. Una inmensidad. Hicieron la cama. Sábanas, una frazada, y un acolchado. Hacía frío. Una excusa para empezar la noche abrazados, ocupando una mínima parte de ese gigantesco lugar, bien puestos en el centro, entrelazados, siendo uno.
Ojo, a veces se llevaban mal. Sus edades marcaban la diferencia, más que nada en opiniones, en formas, en gestos. Ella era más impulsiva y él era más rutinario. Por eso chocaban. Pero no estoy hablando de chocar físicamente, porque claro, cuando sus cuerpos se rozaban, se olvidaban de todo, de cualquier tipo de diferencia. Ella se sumergía en sus ojos, esos ojos que le transmitían paz, serenidad, confianza, seguridad. Él optaba por mirar su sonrisa, esos dientes blancos que ocupaban una cuarta parte entera de su cara, que lo convencían de todo. No existía el mundo. No existían críticas ni consejos de nadie. Nadie en el mundo importaba más que ellos dos.
Esa noche se miraron con ojos tiernos, como solían hacerlo siempre, sólo que ahora estaban en un lugar inmenso. Por primera vez. Ellos, solos. Dos siendo uno. Él pasó el brazo por debajo de su cabeza, y ella se acostó en su pecho y colocó una de sus piernas por encima de las de él. En eso se basó su noche. Los besos rutinarios no podían faltar (esa, la rutina de acostarse y besarlo, acariciándole la cara o tocándole el pelo; era la única rutina que disfrutaba), y al separar sus labios, aparecía una sonrisa, siempre. Creo que nadie más que ellos sabían que significaba, pero, les aseguro, que era una sonrisa que más de una persona quisiera esbozar. Esa sonrisa que sale de la nada. Que habla. Y a ellos le salía así, con un beso, una cosa tan simple. Era envidiable.
Optaron por dormir. Ella, sobre su pecho, él abrazándola, protector. Siempre tan dulce.
Esa fue su noche. Lamento haberlos desilusionado si esperaban más, pero ellos eran así, esa era su forma de amarse, tan simple, tan perfecta.
Se despertaron a la mañana siguiente, y simplemente fue abrir los ojos para volver a sonreír. En ellos funcionaba así, verse para festejar, y festejar para sobrevivir. En eso se basaba, en sonreír, en sonreírse, en ser feliz con solamente una sonrisa, y ser mucho más felices aún viendo sonreír al otro. Creo que es difícil explicarlo, porque solamente ellos lo sentían. Cualquier persona diría que exageraban. ¿Exageración? Según el diccionario, exagerar significa "hacer que algo parezca más importante de lo que es en realidad". Es decir, agrandar la simpleza. La mayoría estaría de acuerdo en que sí, lo suyo era exageración. Pero ellos no agrandaban la simpleza. Ellos simplemente, eran feliz con algo simple. Y esa, era la diferencia. 


Entonces... ¿Qué tiene de exagerado ser feliz con algo tan simple como un colchón y una sonrisa?. Todavía no encontré a nadie que me pueda responder esa pregunta.  

viernes, 18 de abril de 2014

Sistema

Debo aburrir a las personas diciendo siempre lo mismo, pero no entiendo, ni voy a entender, a esa gente que se queja del sistema por una red social. Es patético, es absurdo. Creerte revolucionario, haciendo creer a la gente que pensas diferente, mientras te limitas a escribir tus ideales dentro de los 140 caracteres que el mismo sistema te deja utilizar. Nada más que 140 letras para poder expresarte. 140 letras que utilizás para quejarte del sistema estando dentro del sistema. Es absurdo.
Ponete a pensar lo que es el sistema. Es una mierda, sí, todo lo que vos quieras. Pero no podrías vivir sin un sistema. Capitalismo, jerarquías, clases sociales, formas de pensar. Mierda, mierda, mierda. Pero vos, que crees que sos diferente quejándote del sistema estando dentro de él, no lo sos, y obviamente formas parte de este.
¿De qué te quejas? Obviamente te quejas de que el sistema te obliga a hacer cosas que no querés. Que vos pensás distinto, que querés caminar para la derecha cuando todos van hacia la izquierda, y ahí aparece el típico “Quiero ser diferente”. Y empezás. Te vestís de otra manera, hablás distinto, compartís tus ideales diferentes... dentro del sistema. ¿Qué pasa? Te encontrás con gente que piensa, se viste y habla igual que vos. Uy, que bueno, somos diferentes, dicen. Mentira, mírense. Son personas exactamente iguales... eso es el sistema. Ser igual a los demás. Te planteas querer salir, querer ser diferente, pero cuando te encontrás con una persona que también quiere serlo, cagaste. Estas adentro del sistema, de nuevo. Quizás otro sistema, quizás mejor, quizás peor. Pero sistema al fin. Te convertís en un lorito que repite todo el tiempo lo mismo, y cansas. Como seguramente canso yo, quejándome de las personas que se quejan del sistema e intentan ser diferentes cuando ¡¡¡no lo son!!!.
Quizás sea difícil entender lo que quiero explicar. Por eso puedo citar un ejemplo muy claro para que entiendan que todos, absolutamente todos, formamos parte del sistema. Volvamos al principio, a la pre-historia, los cavernícolas. Los cavernícolas no tenían calzoncillos, eh. No tenían medias. Pero por algún motivo, necesitaban tapar sus vergüenzas, entonces idearon la necesidad de vestirse. ¿Por qué nos vestimos? ¿El hombre en sus principios no andaba desnudo? Lo normal sería que vayamos sin ropa y sin tapar nada por la vida, como los animales. Nunca vas a juzgar a un perro por andar desnudo. A una persona sí. Y eso, es el sistema. Vestirse es parte del sistema. Y vos, que te crees revolucionario, diferente, te vestís. Sos el sistema. Sos un numerito más. Un lorito que repite y cansa.

Si te querés expresar, escribí un libro. Los libros también son sistema, obvio. Pero una parte linda del sistema, como la música, que es otra forma de expresar. No vas a ser mejor persona, ni avanzar como “revolucionario”, ni ser “diferente”, diciendo “¡¡ODIO EL SISTEMA!!” dentro de 140 caracteres. Es lógica pura, ¿no?.

sábado, 12 de abril de 2014

Bicicleta

¿Sos un tren? Vos decís que sos un tren. Y que el tren no anda si no tiene un camino. Y ese camino, fue hecho por otro, no por el tren. Yo no creo que seas un tren. Un tren larga humo y contamina. Vos no contaminás. Vos sos lo más puro que conozco. Lo más puro y sano que conozco. Y aunque lo niegues, cabeza dura, estás haciendo tu propio camino. Todas las personas tienen la necesidad de hacer su propio camino. Vos no sos un tren. Vos sos una bicicleta. La bicicleta elige por dónde ir. La bicicleta tiene pedales, y hace fuerza para andar, trabaja duro para andar. La bicicleta no contamina. Creo que todos tendríamos que ser una bicicleta. La bicicleta te da el placer del vientito fresco en la cara. El tren no. Vos no sos un tren. Vos sos mi bicicleta. Con vos soy capaz de ir a cualquier parte. Vos sos ese vientito fresco en la cara, ese vientito que despabila y lo hace ver todo distinto. Sos el solcito en invierno a las cinco de la tarde...

¿Y yo?, bueno... yo amo andar en bicicleta.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Barreras

Camino las ocho o diez cuadras que forman el centro de Lanús, sobre la 9 de julio. Paso Anatole France, Ohhiguins, Basavilvaso. Voy mirando vidrieras. Ropa, zapatos, carteras, cd's en alguna rockería, puchos en algún kiosco; me llenan los ojos. Gente, mucha gente. Están haciendo peatonal la 9 de julio, así que a las personas no le queda otra alternativa que soportar caminar amontonadas, oliendo olores desagradables, viendo caras que no quisieran ver, tocando espaldas de gordos transpirados. Lanús, 30 grados. Verano. Es una ciudad chica, y se hace más chica aún cuando caminas esas ocho o diez cuadras. Conoces a todo el mundo, no te querés cruzar a nadie, y a estos se les ocurre hacer peatonal la 9 de julio. ¿Para qué? Sigue siendo una ciudad horrible, llena de olores, de contaminación, no solo ambiental sino humanística, de gente desagradable a la que no le querés ver la cara y que conoces, desgraciadamente.
Camino, con mis auriculares y mi morral, escuchando alguna bandita de rock. En eso, me doy cuenta que delante mío se formó una barrera. Tres pendejas insoportables con voz de pito se ríen a carcajadas mirando un celular. Una señora con bastón que tarda 1 minuto entero en mover una sola pierna (en otro momento me daría ternura y hasta quizás lástima, pero con 30 grados no). Y una pareja, que no me molestan porque por más de que sea verano y haga 30 grados, la canción de desamor que estoy escuchando no me hace llorar. Seis personas adelante mío que caminan, se ríen, se besan, transpiran. Yo camino con cierta fiaca, es verano y nada ni nadie me apura, y sinceramente no tengo que ir a ningún lado. Pero hay otra persona que parece que sí. Por eso, viene caminando con ligereza una mina cheta, con tacos de aguja y una cartera de alguna marca que no conozco, y me empuja, me lleva puesto el hombro. Como tipa asquerosa que soy le contesto “Cuidado, flaca” de mala manera. La mina ni se mosqueó. Siguió caminando, y así como me llevó puesta a mi, ahora se la llevó puesta a la viejita, la destartaló y casi la tira. Eso me dio más bronca todavía, y atiné a gritar un “Eu, mirá por donde caminas loca!”, pero no obtuve respuesta. Me hubiese gustado pelearme con una histérica por defender a una persona anciana. Pero por lo menos, dejó un hueco entre la anciana y la chica de la pareja que me permitió pasar a mi, que caminaba con un poco menos de lentitud que estas seis personas, y continué mi camino.
Estaba a 10 cuadras de mi casa, ya había caminado las 10 cuadras sobre la 9 de julio que me separan de la calle paralela a la vías, donde me podría tomar un colectivo. Preferí seguir caminando, luego doblar en Ferré y toparme con la plaza Sarmiento, donde me caí varias veces andando en bicicleta cuando era chica. Ya no habia tanta gente, y el sol se filtraba por las hojas de los árboles. Corría una brisa de verano fresca y me pegaba justo en la nuca, era perfecto. Decidí descansar y me senté en el pasto. Ahora en mis oídos sonaba una frase alentadora que me suele poner la piel de gallina... “Algún día va a escampar”, cantaba el enano Teysera. Ahí pensé. No quería eso para mi vida. No quería ir caminando apurada y llevarme puesto a todo el mundo sin pedir permiso ni mucho menos, perdón. Tampoco quería que alguien me dejara un hueco por donde yo pudiera pasar, no quería que hicieran las cosas por mi.
Si, me gustaría toparme con una barrera, y poder pasarla, poder lograr formar ese hueco por donde yo pudiera seguir caminando. Pero no lo quería hacer apurada, ni de mala manera, sin escuchar las críticas de los demás.

Quiero caminar, tranquila, y encontrarme con una barrera. Pero que en ese momento, pudiera pedir permiso, y que la viejita con bastón me mirara, me sonriera y me dijera “Adelante muchacha, seguí”, palabras que me alentarían y me darían ganas de seguir caminando, a pesar del calor. No quiero que alguien venga, con malas intenciones, rompa la barrera por mi, y me deje el hueco. Porque no me serviría de nada, no me ganaría ninguna sonrisa, ninguna palabra de aliento, no podría haber sacado del camino ese obstáculo que molesta y estorba. Y quizás, hubiese llegado a mi casa sin sentir la necesidad desesperada de tirarme un rato en el verde, ni de pensar que el mundo es cada vez más mierda, que la gente contamina cada vez un poco más, ni que la mina que antes había pasado por delante mío y me habia llevado puesta, ahora estaba volviendo para el centro de Lanús, hablando por teléfono, gritando y llorando porque algo no le salió bien... por ir apurada por la vida, sin pedir permiso, sin pedir perdón, pensando en ella sola, haciendo las cosas de mala manera y cagándose en todos, como buena mina histérica que se cree el ombligo del mundo.
                                                                                                                                         FJP

domingo, 16 de marzo de 2014

"¿La solución? Bueno, es iluso de nuestra parte creer que hay solución para esto. Nunca los eliminaremos, pero podemos apaciguarlos, con algo simple: la verdad. La verdad en las acciones, la cabeza en el presente, la mirada en el futuro. Dejar de implicarnos en asuntos ajenos, que a pesar de que nos toquen, no podremos resolver. Dejar de ser incisivo, de volver en lo mismo, de atacar siempre el mismo sitio; y confiar, aunque haya dolido, aunque cueste, aunque se camufle de mentira para nuestra mente. Confiar. En la persona que uno ama, en sus palabras, en sus acciones, en sus sentimientos, en su sonrisa, en su mirada, en todo eso. Creer en el otro. Y nada más. Que lo demás, vemos como lo resolvemos. Lo nuestro, lo resolvemos nosotros, juntos, siempre."


viernes, 14 de marzo de 2014

Cómo un vendaval

Estamos de acuerdo en una cosa: cuando se le erizaba la piel, era buen augurio. Le corría por el cuerpo esa sensación única, que a todo el mundo le debe gustar sentir. Sentía como algo que la inundaba por dentro, así, de repente, como un vendaval. Más que nada, como una nube pasajera. Así como llegaba, se iba, en milésimas de segundos. Pero a ella le quedaba esa sensación de paz, de tranquilidad, que le hacía esbozar una sonrisa sin necesidad de forzarla.
Solía llegarle con el frío, sí. Cuando sentía frío, se le erizaba la piel. Pero en seguida se encontraba con esa persona que abría los brazos y la abrazaba, así, de repente, como un vendaval. Sin necesidad de abrir la boca y largar alguna palabra... ella sabía que los abrazos valían mucho más. Y ahí está, de nuevo, esa sonrisa pícara, que le demostraba a todo el mundo que había sentido esa sensación única al menos por una milésima de segundo.
La música, su música. También lo lograba. Una melodía triste, o una alegre (por qué no) que le trajera algún recuerdo, quizás algún abrazo de algún invierno cuando sentía frío. O algún beso que había dejado en alguna esquina, o en alguna cama... y ahí estaba, de nuevo. Esa sensación que le hacía poner los pelos de punta, que llegaba, así, de repente, como un vendaval. Y no, por favor, no dejemos aparte sus recuerdos. Ya sean alegres o tristes. Siempre estaban, ahí, con ella. Siempre la perseguían. Siempre había algo que recordaba día a día, y que le hacía sentir esa sensación tan hermosa, al menos por una milésima de segundo. Y seguramente esbozaba aquella sonrisa tierna, nostálgica. Seguramente la recorría un escalofrío por todo su cuerpo... así, de repente, como un vendaval.
Pero (siempre hay un pero, y esta no es la excepción), no sólo se le erizaba la piel cuando sentía frío, cuando escuchaba su música o cuando recordaba algo, triste o alegre. También se le ponían los pelos de punta cuando lloraba. Esperaba no ser la única... o quizás sí, porque seguramente sería una buena anécdota saber que sólo a ella la recorría una sensación única, que suele significar buen augurio, cuando estaba mal.
Por supuesto que no sólo lloraba de tristeza, pero ella en el fondo sabía que sus lágrimas eran esas palabras que se callaba, que buscaban salir, y de alguna manera lo lograban. Y generalmente aquellas palabras no eran esas que te erizan la piel. Y lo más raro del caso, es que esos pelos de punta le duraban, como a cualquier persona, milésimas de segundo. Y ahí estaba, de nuevo. Llegaba así, de repente, como un vendaval... y se iba. Pero sus lágrimas no. Duraban, quizás, días, quizás horas... quizás meses. Nunca sabía cuando iba a para de llover, cuando se iba a ir ese vendaval, cuando iba a escampar.


Adentro suyo, esa sensación tan hermosa que aparecía cuando lloraba, duraba segundos, milésimas de segundos, como a todas las personas del mundo. Pero ella sabía, más adentro aún, que esa sensación que la inundaba por completo y llegaba como un vendaval, como una nube pasajera, era más bien una tormenta, que no cesaba nunca. Nunca paraba de llover, o al menos nunca lograba saber cuando pasaría. Siempre se levantaba, y se volvía a caer. Y cuando caía, se le erizaba la piel. En el peor momento, en ese momento que sólo le quedaba llorar, decir con lágrimas lo que había callado, gritarlo... a su manera. Y esa sensación volvía, y se iba... así, de repente... como un vendaval. 
                                                                                                                                   FJP

miércoles, 12 de marzo de 2014

"Ser original es, en cierto modo, estar poniendo de manifiesto la mediocridad de los demás."

domingo, 9 de marzo de 2014

A veces, (tal vez), estar solo es mejor.

Domingo

Es domingo. Corre la hora número catorce contando desde las doce de la noche. Hace 23 grados en Lanús, la ciudad donde viví en mis 16 años de vida. Suena la banda de rock uruguayo que escucho desde chiquita, con una melodía triste, de esas que te suelen poner la piel de gallina. Estoy sola, en mi pieza. Siento el olor a pollo al horno que está cocinando mi mamá, y risas que me suenan a alguna anéctoda que le contó mi papá. También escucho una chicharra, hace calor. Es domingo, estoy sola, en mi pieza. Y me gustaría ser fotógrafa porque en este momento entra una luz desde la ventana teñida de violeta, por el color de mis cortinas, y pega justo en mi guitarra criolla. Y con una buena cámara podría sacar una buena foto, que quizás demuestre a otras personas lo que significa para mi mi guitarra y el rayo de sol que entra en mi pieza y que la alumbra por completo. Y quizás, cuando pase el tiempo y vea aquella foto, me acuerde que era domingo, a las dos de la tarde, que hacía calor y que estaba sola.
Creo yo, bah, lo pienso así desde chiquita, que el domingo es el día más especial de la semana. Un domingo del mes x podes estar almorzando el tan común estofado con toda tu familia. Otro domingo de quizás otro mes, estás comiendo puchero con tu mamá y tu papá. Y otro domingo, el día 9 del mes 3 del año 2014 quizás estes sola, escribiendo que es domingo y estás sola. Pero me gusta estar sola y que sea domingo. Probablemente más tarde cuando el sol no pegue tanto salga a acostarme y sumergirme en el color verde del velódromo de Lanús, camine las 8 cuadras que lo separan de mi casa con la guitarra en mis hombros, mi mate, y alguna amiga.
Se suele clasificar al domingo como el día mas aburrido de la semana, y por ende, el más triste. Pero les voy a contar un secreto. Hoy, sí, domingo, es el día más feliz de la semana, para mi. Sé que la semana empieza los domingos, pero no, todos sabemos que para la persona que estudia o trabaja la semana empieza el lunes. Entonces, partiendo de esa base, es el día más feliz de mi semana, que empezó el lunes pasado. Será que le tengo aprecio al pobre domingo, porque odio estar sola, pero hoy no. Me gusta. Me gusta escuchar música y escribir. Sin que los pensamientos de otras personas me molesten ni me aturdan, sin la necesidad de depender de otros para estar bien. Me siento plena y feliz conmigo misma.
Tengo miles de problemas, quizás no de gran tamaño, pero que para mi reprensentan mi estado sentimental. Y hoy no me molestan, no me persiguen, no me dicen “Florencia, hace algo, lo estás arruinando todo”. Hoy estoy tranquila, hoy estoy bien.
Soy una persona independiente, me lo dicen todo el tiempo. Me manejo con total libertad. Viendolo desde ese sentido, sí, soy la persona más libre del mundo. Pero metiendome más en el asunto... dependo de toda persona a la que quiera. No lo puedo evitar, dependo de mi estado con otras personas. Me lastima mucho sentirme lastimada. Y mi felicidad depende de la gente que me rodea. No puedo estar bien conmigo misma si estoy mal con mis amigos, mi novio, o mi familia. No puedo, no lo conseguí nunca. Pero hoy, domingo, lo logré. No sé que fue, no sé que fue lo que me ayudó. Pero estoy bien, muy bien.
Es un día común y corriente, me desperté, desayuné, como todos los días. Lo que menos me imaginé cuando abrí los ojos a las 10.30 de la mañana era que iba a lograr lo que estuve buscando hace meses. Así, de la nada, como quien no quiere la cosa. No lo esperaba ni lo planeé. Salió así, así de bien.

Todo llega. Y a mi me llegó un domingo, ese día que muchos odian por transmitir ese no se qué triste, que lo hace ver todo aburrido y sin sentido, y te hace odiar los domingos, todos los domingos... que prejuiciosos, ¿no?.  
                                                                                                                                 FJP

miércoles, 26 de febrero de 2014

Todo el mundo alguna vez en su vida se pregunto ¿qué es?, ¿no?. ¿Qué es la felicidad? ¿El dolor? ¿El odio? ¿Qué es el amor?.
No soy filósofa ni mucho menos escritora, pero puedo pensar y escribir acerca de que es cada cosa.
Desde mi pequeño e insignificante punto de vista, el amor es el mas importante de los 4 sentimientos recién nombrados. ¿Por qué? La respuesta es obvia. Porque sin el amor seriamos incapaces de sentir felicidad, dolor u odio. Así que voy a centrar mi atención en la parte amorosa del asunto.
Todo el mundo alguna vez en su vida sintió amor hacia alguien o algo. Pero, existen distinto tipos de amores, claro. El maternal (uno de los mas fuertes), el fraternal. El amor hacia un amigo, hacia una mascota, hacia algún objeto. Y sin lugar a dudas, está ese amor al que muchos lo clasifican como “el más común” (no saben lo equivocados que están). El amor entre un hombre y una mujer (o entre dos hombres, o dos mujeres, no viene al caso; son exactamente iguales). Ese amor capaz de traspasar cualquier barrera. Si es un amor verdadero, claro está. Igualmente, metiéndonos más en el asunto, no hay que confundir amor con estar enamorado. Generalmente el estar enamorado se confunde con una obsesión, o una necesidad. No necesariamente se está enamorado porque se ame a aquella persona que tenemos al lado. A veces es una sensación errónea, una ilusión, para tratar de tapar un lugar en donde antes había amor, quizás, y ahora está buscando desesperadamente algo parecido. Entonces uno piensa que está enamorado, que ama a x persona, que es el amor de su vida. Pero no. Igualmente, quiero aclarar que esto le pasa a pocas personas. Porque es muy fácil enamorarse, pero mucho más fácil es amar. Y el enamoramiento nace del amor entre dos seres, sólo que a veces están ese tipo de personas que no buscan el bien del otro, sino solamente el suyo, por eso creen estar enamorados, pero no aman. Bueno, si. Se aman a ellos mismos, constantemente. Lo bueno, es que nunca me tocó cruzarme por la vida con uno de estos seres, por suerte. Aunque esto a veces es fácil de diferenciar, porque existe el amor a primera vista. Funciona más o menos así... estás en una librería, ¿no?, cuando de repente ves entrar a un muchacho con una guitarra colgada de uno de sus hombros (no sólo le gusta la música, sino que la practica. Y quizás escriba y componga.), con unos ojos no necesariamente azules o verdes, pero hermosos al fin. Con un movimiento rápido se dirige a la sección de libros donde sabes que está tu libro preferido y zas, lo agarra. Lee su prólogo, asiente, se ríe (que linda sonrisa), agarra tres o dos libros más que no llegaste a ver o no te importó ver, va hasta el mostrador y lo compra. Como te acaba de comprar a vos. Así de simple.
Volvamos al tema inicial, el de amar. Yo creo que todas las personas sienten. Y como sienten, aman. Aman con locura y con pasión. Aunque no me quiero meter mucho con la palabra locura porque, ademas de ser un efecto colateral de estar loco, encierra otros tipos de significados, mas bien uno científico o médico que poco tiene que ver con el amor. Y como no soy ni filósofa ni escritora, mucho menos soy médica. Así que prefiero hacer foco en la segunda palabra, pasión, que además de ir de la mano con el amor también es un sentimiento. El amor lleva a la pasión, la pasión es sentir amor, y sentir amor es amar. Una pasión se ama. Y se ama con pasión. Quizá esto sea más difícil de explicar, pero no imposible. Volvamos a los libros. Amo los libros, pero siempre hay uno que es mi favorito, mi punto débil. Lo leo, lo vuelvo a leer, y lo releo cuantas veces pueda y quiera, una y otra vez. Hasta que la historia me atrapa y me apasiona. Me apasiona tanto que río y lloro con los personajes, y me dejo envolver, y siento lo que ellos sienten. Paréntesis. Muchos no entienden eso de amar un libro y sentir lo que los personajes sienten. La mayoría de las personas ven justamente eso, que son personajes, que no existen, que fueron inventados por alguien que seguramente no conocen, entonces no les interesa. Pero uno sabe que sí existen. En tu mundo, tan legítimo como el de ellos. Y como existen, sienten. Y como los amas, sentís lo mismo que ellos. No es tan difícil de entender. Cierro paréntesis. Es así; si ríen, reís. Si lloran, lloras. Si odian, odias. Y si aman, amas. Y eso, creo yo, es la pasión. Ser capaz de sentir... lo que el otro siente. Y eso también es el amor. Y amar con pasión y tener una pasión que amas es exactamente lo mismo.
Todo el mundo alguna vez amó, sea a alguien o algo. Todo el mundo ama. Y siente pasiones tan grandes que pueden mover montañas. Todo el mundo, inclusive yo, que no soy nadie en este mundo. Formo parte del sistema, sí. Hago siempre las mismas cosas. Soy un poco egoísta y lloro con facilidad. Pero amo. Amo con pasión. Y ustedes saben lo bonito que es, amar y ser amado.


Amor es amar, amar es pasión, se ama con pasión y la pasión se ama. Y con todo esto me di cuenta que amo lo que amo, amo ser amada, amo mis pasiones, mis historias, mi vida. Amo despertarme y saber que las personas que más me causan y me mueven todo adentro están ahí, conmigo. Amo tener la seguridad de que no estoy sola. Amo la música, amo el olor al pasto recién cortado, amo el roce de las piernas en las sábanas, amo compartir un trago con algún amigo, amo esas pequeñas cositas de la vida que para mi significan todo, amo amar; en mi mundo, tan legítimo como el tuyo...  
                                                                                                                                  FJP

                                                                                            

lunes, 10 de febrero de 2014