martes, 12 de abril de 2016

Vainilla, cigarrillos y café

Ella es hermosa. Su cuerpo, sus manos, sus largas piernas. Su aroma a vainilla en invierno. Su cigarrillo siempre encendido. Su inteligencia, su manera de ver el mundo. Su ingenuidad y su inocencia. 
Casi nunca sonríe. Tiene la notable presencia de esas personas que buscan borrar su pasado, esconder lo que han sido, ocultar las profundas huellas que han dejado en la vida de los demás. 

(Cuando se siente sola toma una taza de café porque sabe que el café es simplemente eso, café. Lo prepara y se lo toma y una vez tragado, no queda rastro de él. Así se siente más fuerte, porque sabe que aunque en ese preciso momento está sola, ha dejado rastro, ha dejado marca en la vida de cada persona que formó parte de ella.)

La han lastimado mucho. Imagínese, tanto como para querer olvidarse de ella misma. Para querer olvidarse de quién fue. 

(Él le robaba todas sus fuerzas, la dejaba inmune. No le importaba. A ella tampoco. Quería que él estuviera, que le hiciera daño, pero que estuviera. Tenerlo ahí ante cualquier inconveniente, ante cualquier ataque de soledad. Cuando no lo podía sostener más lo llamaba y él iba. Pero cuando se marchaba la dejaba más sola aún. Inclusive ahora que ya no está, que decidió dejar de hacerle daño.)

Ella sabe que así está bien, que así es mejor, que el tiempo cura las heridas. Pero el tiempo pasa tan rápido y está tan ocupado que no tiene tiempo para fijarse en ella. La memoria se olvida de recordarla. Pero la que la recuerda siempre es la soledad, que nunca la deja sola.
(Cada vez que se lleva el cigarrillo a la boca se calla una palabra que ha querido decir. Ese perfume a vainilla deja en evidencia toda la dulzura que tiene para dar.
Hay quien quiere reparar en ella las partes de su corazón que están rotas. Juntarlas y tomarse el tiempo de volverlas a unir. Pero ella no los deja, todavía no está lista para eso, prefiere hacerlo sola. Porque si no confía en si misma, en quién sino...)


Yo la miro sentada al borde de la cama y cuando me dice que es hora de que me vaya la respeto. Sé que después de mí se toma su taza de café. Inclusive a veces lo hace en mi presencia y me destroza el alma. Sé que en ese momento se siente sola y yo no puedo hacer nada al respecto. Pero si estoy aquí es para cambiar eso. Para que nunca más se sienta de esa forma, para que simplemente vea a la taza de cafe como eso, café; y que beberlo no signifique tragarse sus tristezas y sus soledades. 

(Ella es un rompecabezas de tres mil piezas. Es una pregunta sin respuesta, pero a su vez responde a todas mis preguntas. Prometo ser el tiempo y la memoria que necesita. Jamás la soledad. Prometo volverla a armar, pieza por pieza, parte por parte.)

Ahí viene. Su cuerpo, sus manos, su cigarrillo. Sus piernas sin fin...
Pero hoy está distinta. Hoy está radiante, no está gris. Me ve. Me abraza. 
- No estás sola - le dije. 
- Gracias - contestó.
Y sonrió. 
 

jueves, 10 de marzo de 2016

Un mensaje

Me contesta los mensajes cuando él tiene ganas. Una vez tardó una semana en responder un “Qué haces?”. “Nada, ¿vos?” me contestó. Si, si; una semana después. Así es él, no puedo cambiarlo. Cuando me vibró el celular y leí su nombre sonreí, fue instantáneo. Pero después pensé… a este tipo no le importo nada. Ni yo, ni mis mensajes, ni mis ¿qué haces? que gritan desesperadamente “quereme, por favor”. Decidí dejarlo pasar porque sinceramente me gusta, me gusta mucho. Y quizás esta forma de ser que tiene es lo que más me atrapa. Así, indiferente, haciéndole frente a todo, siempre a la defensiva. Supongo que con estas actitudes quiere demostrar que es una persona fuerte, decidida, seguro de sí mismo. Yo tengo la certeza de que en el fondo es dulce, simpático y tierno, aunque jamás me lo haya demostrado. 
Le respondí ese mensaje diciéndole que era un colgado. Me contestó que no había tenido tiempo de agarrar el celular porque habría estado muy ocupado con el laburo, pero que cuando yo quisiera nos podíamos ver. A lo que le respondí que por mi nos veíamos en ese momento, pero que cuando él tuviera un tiempo me avisara (después pensé que había quedado muy desesperada, pero no me importó). ¿Y saben que? Tardó diez días en responder ese mensaje. Diez días. 
Durante ese lapso de tiempo estuve impaciente, triste y me enojé mucho. Decidí que si me llagaba a responder no le iba a contestar, o directamente lo iba a mandar a la mierda. Pero para mi sorpresa, su respuesta no llegó a través de un mensaje al celular. 
Voy a la facu a la noche porque de día trabajo en un estudio jurídico. Atiendo el teléfono, bah. Ya estaba llegando tarde cuando de repente, al poner un solo pie en la calle, me gritó alguien: ¿Querés que te alcance?. Sí, era él, y a mi me encantaba que fuera él. Ni siquiera le respondí y me subí a su auto, del lado del copiloto. Me conoce hace mucho y no le sorprenden esos actos de "rebeldía", esos ataques de histeria, esas caras de culo. No le sorprende porque cuando esto pasa, sabe que se mandó alguna cagada. 
- No me subí porque quiero que me lleves, sinceramente me puedo tomar el bondi – le dije. 
- Bueno, bajate entonces – me respondió. (Lo odio)
- No, no me voy a bajar porque si estoy acá es por algo. No podes darte el lujo de hablarme cuando se te le da gana y aparecer cuando se te de la gana, porque yo te extraño, y lo sabes. (Me odio)
- Sabes que ando ocupado siempre, en este momento tendría que estar en la casa de mis viejos comiendo con ellos, pero preferí venir a verte. Podrías valorarlo.

Encima de aparecer cuando se le da la gana, quiere dar lástima. Siempre funciona, pero esta vez no, ya estaba cansada. Además, el papel de victima siempre lo hago yo. Bueno, basta de discutir. Decime que me extrañabas y dame un abrazo, sólo eso quiero. 


- No intentes dar lástima, por favor. Yo te quiero, pero estoy cansada de quedar siempre en segundo lugar, de esperar de vos algo que sé que no va a llegar.

- Entonces, ¿para qué lo esperas? – me dijo

Lo miré con ojos tristes, con los ojos de un nene al que le acaban de sacar un juguete. Así de chiquita e indefensa me sentía. Se dio cuenta.


- Evidentemente no me vas a entender, y yo no te voy a entender a vos. 

- Pero, Luz, siempre fui así. Yo te dije que no te iba a atar a mi, y esperaba que vos hicieras lo mismo. Lo venías entendiendo a la perfección, y de un día para el otro cambiaste de parecer.
- No cambié nada, siempre me pareció una mierda tu forma de pensar. Pero la respetaba, no la entendía, la respetaba; porque de verdad me gustabas y te quería.
- ¿Ahora ya no me queres más?
- No lo sé – le dije.

Ahora los ojos tristes los tenía el. Y yo no podía creerlo, por primera vez me estaba demostrando un sentimiento, por primera vez me estaba demostrando que le importaba, que me quería. Por supuesto, no lo dijo. Pero sus ojos oscuros brillando en la oscuridad de la noche hablaron por sí solos. 


- Perdón, pero yo no sé si voy a poder seguir así. Hace tres años que te conozco, hace tres años que te quiero y hace tres años que te sufro y extraño porque no puedo tenerte. Estoy cansada de esperar como una tonta un mensaje tuyo. Vos crees que podes aparecer de repente y que yo voy a ir atrás tuyo corriendo. Pero eso ya pasó, eso era antes. Ahora quiero empezar de nuevo, con alguna persona que si se interese en mí, que si tenga tiempo para contestar un mísero “que haces?”, que si le importe. 


Le di un beso en el cachete, y abrí la puerta del auto para bajarme.


- Esperá – me dijo.

- Ya esperé mucho tiempo – le contesté.

Encaré para la esquina por donde pasa el colectivo y el arrancó el auto, en dirección contraria. Esa fue la última vez que lo vi. 


Paso a contar esto porque después de cuatro meses de ese episodio, hoy me llegó un mensaje de él. Hubiese querido matarlo. Tres años tuvo para demostrar que me quería para él, que me quería con él. Lo viene a hacer justo ahora, cuando yo estoy rearmando mi vida, cuando estoy empezando desde cero, cuando por fin estaba empezando a olvidarme de él, apareció. Es una sensación parecida a la que sentís cuando sos chiquito y estás haciendo un castillo de arena, y pasa alguien y “sin darse cuenta” te lo pisa, ¿viste?. Así me sentía yo. El mensaje decía: 


“Luz, espero que estés bien. Mi intención no es molestarte, simplemente que desde la última vez que te vi estuve pensando. Y te quiero, boluda, te quiero mucho. Siempre te quise. Pero esto soy yo, eso que conociste soy yo. Así soy, y vos no intentaste cambiarme. Eso es lo que siempre me gustó. Creí que estabas bien, creí que estábamos bien, pero nunca pude ver lo que vos creías, lo que vos pensabas, lo que vos sentías. Te pido perdón por haber sido un idiota. 

Y hoy te pediría de rodillas que vuelvas. Pero no te voy a someter a esto, no otra vez. No soportaría hacerte mal de nuevo. 
Gracias por el respeto que me tuviste. Que seas muy feliz. Te quiero siempre.”

“Gracias a vos por quererme a tu forma. Perdón por no haberte entendido. Todavía te quiero y te extraño. Todavía te pienso. Todavía te espero. Tuya siempre, Luz.” 


Le escribí. Pero no se lo mandé. Fui borrando letra por letra, y guardé ese mensaje en una cajita en mi corazón, bien adentro mío, y después me comí la llave.


Algún día se lo diré. Pero esta vez, la que iba a tardar mucho tiempo en responder el mensaje, era yo.