Tiraron un colchón al piso. No era su
costumbre sino tirar dos colchones de una plaza y dormir separados,
como también empujarse entre sueños por la incomodidad que generaba
dormir en un sólo colchón, de una plaza, a media noche. Aunque ellos
en el fondo sabían que esa incomodidad valía la pena, porque por lo
menos dormían abrazados, con sus bocas casi pegadas y acariciando
sus espaldas. Pero esa noche fue distinta. El
colchón que cayó al suelo no era de una plaza. Esta vez era un
conjunto de resortes repartido en dos. Dos plazas. Una inmensidad.
Hicieron la cama. Sábanas, una frazada, y un acolchado. Hacía frío.
Una excusa para empezar la noche abrazados, ocupando una mínima
parte de ese gigantesco lugar, bien puestos en el centro,
entrelazados, siendo uno.
Ojo, a veces se llevaban mal. Sus
edades marcaban la diferencia, más que nada en opiniones, en formas,
en gestos. Ella era más impulsiva y él era más rutinario. Por eso
chocaban. Pero no estoy hablando de chocar físicamente, porque
claro, cuando sus cuerpos se rozaban, se olvidaban de todo, de
cualquier tipo de diferencia. Ella se sumergía en sus ojos, esos
ojos que le transmitían paz, serenidad, confianza, seguridad. Él
optaba por mirar su sonrisa, esos dientes blancos que ocupaban una
cuarta parte entera de su cara, que lo convencían de todo. No
existía el mundo. No existían críticas ni consejos de nadie. Nadie
en el mundo importaba más que ellos dos.
Esa noche se miraron con ojos tiernos,
como solían hacerlo siempre, sólo que ahora estaban en un lugar
inmenso. Por primera vez. Ellos, solos. Dos siendo uno. Él pasó el
brazo por debajo de su cabeza, y ella se acostó en su pecho y colocó
una de sus piernas por encima de las de él. En eso se basó su
noche. Los besos rutinarios no podían faltar (esa, la rutina de
acostarse y besarlo, acariciándole la cara o tocándole el pelo; era
la única rutina que disfrutaba), y al separar sus labios, aparecía
una sonrisa, siempre. Creo que nadie más que ellos sabían que
significaba, pero, les aseguro, que era una sonrisa que más de una
persona quisiera esbozar. Esa sonrisa que sale de la nada. Que habla.
Y a ellos le salía así, con un beso, una cosa tan simple. Era
envidiable.
Optaron por dormir. Ella, sobre su
pecho, él abrazándola, protector. Siempre tan dulce.
Esa fue su noche. Lamento haberlos
desilusionado si esperaban más, pero ellos eran así, esa era su
forma de amarse, tan simple, tan perfecta.
Se despertaron a la mañana siguiente,
y simplemente fue abrir los ojos para volver a sonreír. En ellos
funcionaba así, verse para festejar, y festejar para sobrevivir. En
eso se basaba, en sonreír, en sonreírse, en ser feliz con solamente
una sonrisa, y ser mucho más felices aún viendo sonreír al otro.
Creo que es difícil explicarlo, porque solamente ellos lo sentían.
Cualquier persona diría que exageraban. ¿Exageración? Según el
diccionario, exagerar significa "hacer que algo parezca más importante de lo que es en realidad". Es decir, agrandar la simpleza. La mayoría estaría de acuerdo en que sí, lo suyo era exageración. Pero ellos no agrandaban la simpleza. Ellos simplemente, eran feliz con algo simple. Y esa, era la diferencia.
Entonces... ¿Qué tiene de exagerado
ser feliz con algo tan simple como un colchón y una sonrisa?.
Todavía no encontré a nadie que me pueda responder esa pregunta.