Camino las ocho o diez cuadras que
forman el centro de Lanús, sobre la 9 de julio. Paso Anatole France,
Ohhiguins, Basavilvaso. Voy mirando vidrieras. Ropa, zapatos,
carteras, cd's en alguna rockería, puchos en algún kiosco; me llenan los
ojos. Gente, mucha gente. Están haciendo peatonal la 9 de julio, así
que a las personas no le queda otra alternativa que soportar caminar
amontonadas, oliendo olores desagradables, viendo caras que no
quisieran ver, tocando espaldas de gordos transpirados. Lanús, 30
grados. Verano. Es una ciudad chica, y se hace más chica aún cuando
caminas esas ocho o diez cuadras. Conoces a todo el mundo, no te
querés cruzar a nadie, y a estos se les ocurre hacer peatonal la 9 de
julio. ¿Para qué? Sigue siendo una ciudad horrible, llena de
olores, de contaminación, no solo ambiental sino humanística, de
gente desagradable a la que no le querés ver la cara y que conoces,
desgraciadamente.
Camino, con mis auriculares y mi
morral, escuchando alguna bandita de rock. En eso, me doy cuenta que
delante mío se formó una barrera. Tres pendejas insoportables con voz
de pito se ríen a carcajadas mirando un celular. Una señora con
bastón que tarda 1 minuto entero en mover una sola pierna (en otro
momento me daría ternura y hasta quizás lástima, pero con 30
grados no). Y una pareja, que no me molestan porque por más de que
sea verano y haga 30 grados, la canción de desamor que estoy
escuchando no me hace llorar. Seis personas adelante mío que
caminan, se ríen, se besan, transpiran. Yo camino con cierta fiaca,
es verano y nada ni nadie me apura, y sinceramente no tengo que ir a
ningún lado. Pero hay otra persona que parece que sí. Por eso,
viene caminando con ligereza una mina cheta, con tacos de
aguja y una cartera de alguna marca que no conozco, y me empuja, me
lleva puesto el hombro. Como tipa asquerosa que soy le contesto
“Cuidado, flaca” de mala manera. La mina ni se mosqueó. Siguió
caminando, y así como me llevó puesta a mi, ahora se la llevó
puesta a la viejita, la destartaló y casi la tira. Eso me dio más
bronca todavía, y atiné a gritar un “Eu, mirá por donde caminas
loca!”, pero no obtuve respuesta. Me hubiese gustado pelearme con
una histérica por defender a una persona anciana. Pero por lo menos,
dejó un hueco entre la anciana y la chica de la pareja que me
permitió pasar a mi, que caminaba con un poco menos de lentitud que
estas seis personas, y continué mi camino.
Estaba a 10 cuadras de mi casa, ya
había caminado las 10 cuadras sobre la 9 de julio que me separan de
la calle paralela a la vías, donde me podría tomar un colectivo.
Preferí seguir caminando, luego doblar en Ferré y toparme con la
plaza Sarmiento, donde me caí varias veces andando en bicicleta
cuando era chica. Ya no habia tanta gente, y el sol se filtraba por
las hojas de los árboles. Corría una brisa de verano fresca y me pegaba
justo en la nuca, era perfecto. Decidí descansar y me senté en el
pasto. Ahora en mis oídos sonaba una frase alentadora que me suele
poner la piel de gallina... “Algún día va a escampar”, cantaba
el enano Teysera. Ahí pensé. No quería eso para mi vida. No quería
ir caminando apurada y llevarme puesto a todo el mundo sin pedir
permiso ni mucho menos, perdón. Tampoco quería que alguien me
dejara un hueco por donde yo pudiera pasar, no quería que hicieran
las cosas por mi.
Si, me gustaría toparme con una
barrera, y poder pasarla, poder lograr formar ese hueco por donde yo
pudiera seguir caminando. Pero no lo quería hacer apurada, ni de
mala manera, sin escuchar las críticas de los demás.
Quiero caminar, tranquila, y
encontrarme con una barrera. Pero que en ese momento, pudiera pedir
permiso, y que la viejita con bastón me mirara, me sonriera y me
dijera “Adelante muchacha, seguí”, palabras que me alentarían y
me darían ganas de seguir caminando, a pesar del calor. No quiero
que alguien venga, con malas intenciones, rompa la barrera por mi, y
me deje el hueco. Porque no me serviría de nada, no me ganaría
ninguna sonrisa, ninguna palabra de aliento, no podría haber sacado
del camino ese obstáculo que molesta y estorba. Y quizás, hubiese
llegado a mi casa sin sentir la necesidad desesperada de tirarme un
rato en el verde, ni de pensar que el mundo es cada vez más mierda,
que la gente contamina cada vez un poco más, ni que la mina que
antes había pasado por delante mío y me habia llevado puesta, ahora
estaba volviendo para el centro de Lanús, hablando por teléfono,
gritando y llorando porque algo no le salió bien... por ir apurada
por la vida, sin pedir permiso, sin pedir perdón, pensando en ella
sola, haciendo las cosas de mala manera y cagándose en todos, como
buena mina histérica que se cree el ombligo del mundo.
FJP
FJP